Muy buenos días mi querida familia
Domingo XXIII Ordinario
Ciclo A. Mt. 18,15-20
Mi querida familia hoy hemos perdido capacidad para adentramos en nuestra propia conciencia, descubrir nuestro pecado y renovar nuestra existencia. No queremos interrogarnos a nosotros mismos. El tradicional «examen de conciencia» que nos ayudaba a hacer un poco de luz ha quedado arrinconado como algo ridículo y sin utilidad alguna. No queremos inquietar nuestra tranquilidad. Preferimos seguir ahí, «sin interioridad», sin abrimos a ninguna llamada, sin despertar responsabilidad alguna. Indiferentes a todo lo que pueda interpelar nuestra vida, empeñados en asegurar nuestra pequeña felicidad por los caminos egoístas de siempre.
¿Cómo despertar en nosotros la llamada al cambio? ¿Cómo sacudimos de encima la pereza? ¿Cómo recuperar el deseo de bondad, generosidad o nobleza?
Los creyentes deberíamos escuchar hoy más que nunca la llamada de Jesús a corregimos y ayudamos mutuamente a ser mejores. Jesús nos invita, sobre todo, a actuar con paciencia y sin precipitación, acercándonos de manera personal y amistosa a quien está actuando de manera equivocada. «Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano.»
Cuánto bien nos puede hacer a todos esa crítica amistosa y leal, esa observación oportuna, ese apoyo sincero en el momento en que nos habíamos desorientado. Todo hombre es capaz de salir de su pecado y volver a la razón y a la bondad. Pero necesita con frecuencia encontrarse con alguien que lo ame de verdad, le invite a interrogarse y le contagie un deseo nuevo de verdad y generosidad.
Quizás lo que más cambia a muchas personas no son las grandes ideas ni los pensamientos hermosos, sino el haberse encontrado en la vida con alguien que ha sabido acercarse a ellas amistosamente y las ha ayudado a renovarse.
Buona domenica dell Signore. Dio con noi.
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